Ahora que aprieta el calor, iniciamos esta serie de verano sobre la
educación de calle.
Como diría Jaume Funes: en la calle no educa quien quiere sino quien puede. Porque los adolescentes no siempre vienen. Hay que acercarse a ellos. Estar donde están. Y ganar su confianza. Pues para poder decir algo que les llegue, primero debemos ser alguien para ellos.
Jesús
Damián Fernández Solís y Andrés Castillo definen la
educación de calle como “trabajo socioeducativo en medio abierto”
en el marco de la educación no formal y anclado al concepto de
“pedagogía urbana”, como sustento teórico de la ciudad
educadora. Para J. Vicente Merino: “El primer reto de este esfuerzo
está en asumir la calle, en la teoría y en la práctica, como un
espacio de socialización educativa que es preciso cultivar. Espacio
que la pedagogía y las instituciones educativas y sociales no han
asumido todavía como uno de los retos de acción social y educativa
preferentes.”
Una
de las funciones del educador social es constituirse en “agente
de presencia en medio abierto. Otra
vez reivindicamos el papel de figura
inútil, de
figura que -aparentemente y para algunos responsables- no hace nada.
El educador social se configura como un personaje que observa, que
detecta la evolución de la realidad juvenil, que es conocido y
aceptado, que puede llegar a ser agente de intervención porque,
precisamente, se ha convertido en presente.” (…) “Los
educadores sociales tienen que ser los
profesionales de la relación y la presencia, creadores de espacios
educativos”
(FUNES: 1995:49-50)

Ello es posible porque
para los adolescentes -en pleno proceso de construcción de su
identidad- la calle es el espacio educativo por excelencia, “porque
se pueden encontrar con los iguales, pueden ejercer maneras de ser
propias de ellos mismos. Emerge como posibilidad de crear una
variedad y riqueza de relaciones, estímulos y experiencias en las
que es necesario encontrar unos referentes que aporten una serie de
recursos y de actuaciones para ampliar y significar todas estas
interacciones. Es el reconocimiento de las posibilidades educativas
existentes en el medio natural del niño y el adolescente.” (FUNES:
2001)
Cuando hablamos de
intervención socioeducativa en medio abierto nos referimos tanto a
un ámbito de actuación (la calle), como a unas estructuras y
dispositivos (Justicia Juvenil alternativa a las medidas de
internamiento en reformatorios, educadores de los Servicios Sociales
de Atención Primaria y proyectos y programas de la iniciativa
social) y a un modo específico de intervenir educativamente, con su
propia metodología (CASTILLO: 2004).
“Pero
hemos de ser conscientes de que, a diferencia de las intervenciones
formales con una definición muy acotada y con unas expectativas de
resultados, el medio abierto es, de momento, un planteamiento de
intervención socioeducativa. Y creo que esto no se ha de ver como
una carencia o mal resultado de una falta de proceso de
consolidación, sino como una ventaja que le permite flexibilidad y,
a diferencia por ejemplo de la escuela, priorizar en la intervención
la persona de sus destinatarios sin quedar encerrada en un currículum
educativo obligatorio.
“Así,
desde la perspectiva de una interpretación estructural del medio
abierto, los recursos determinarán siempre la calidad de la
intervención, y podrían ser una excusa para caer en inercias o no
responder a un cambio de necesidades en el territorio de
implementación y en los usuarios del servicio.
“Si,
en cambio, entendemos el medio abierto como intervención
socioeducativa, mantendremos todavía vivo su espíritu experimental
y de originalidad, al tiempo que damos la posibilidad a los agentes
sociales con los que tiene relación de redefinirlo según las nuevas
circunstancias y necesidades del entorno.” (CASTILLO: 2004:
162-163)
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