“Para quien no sabe a qué puerto navega
cualquier viento es equivocado”
SÉNECA
A riesgo de que esto parezca un capítulo de Dora la exploradora, empezaré diciendo que la intervención socioeducativa se parece mucho a ayudar a alguien que está perdido a encontrar su camino, y para ello son son esenciales el mapa (nuestra teoría, nuestros modelos de intervención) y la mochila (nuestro bagaje profesional de técnicas) o -mejor aún- la llave (con la que abrir las puertas que encontramos cerradas a lo largo del viaje).
Imaginemos que alguien está perdido en el monte y supongamos que tiene cobertura en su móvil y nos llama para que le ayudemos a encontrar el camino. Nosotros tenemos el mapa y la brújula. Pero no basta con disponer de un buen mapa, actualizado y fiable, sino que es preciso saber orientarlo para que nos sirva, estableciendo las referencias que nos ayudan a saber dónde está la otra persona , y para eso le preguntamos qué es lo que puede ver desde su ubicación (cómo percibe su problema) y qué ha intentado hasta ahora para salir (sus intentos fallidos de solución o soluciones intentadas), pero también necesitamos saber a dónde quiere llegar (y para eso habremos de acordar un objetivo compartido). Mediante este diálogo nos situaremos -en el mapa- para ayudarle a situarse -en el terreno-, teniendo bien presente que el mapa (nuestra teoría) debe revisarse de continuo para comprobar si concuerda con el territorio (la realidad), como nos recuerda Steve de Shazer. (Claves en psicoterapia breve. Una teoría de la solución, Gedisa)
Y es en este diálogo exploratorio (a la búsqueda no de las causas en el pasado, que nos traen los culpables, y con ellos las excusas y las resistencias al cambio, sino del comprender cómo se mantiene y funciona en el presente la situación problemática, que nos orientan hacia las soluciones y la capacidad de influir sobre el futuro) en el que además de orientarnos mutuamente, ganaremos la confianza de nuestro interlocutor creando una relación de colaboración eficaz.
Sin olvidar que es el otro quien habrá de recorrer el camino hasta encontrarse, y que nosotros no podemos andarlo en su lugar, sólo acompañarlo (desde la distancia justa).
Pues como le escuché decir una vez a Roberta Mariotti: “Todo nuestro poder es el de ayudar a otros a descubrir su poder para cambiar”.
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