Como es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, propongo un pequeño ejercicio de autoexamen para revisar y mejorar nuestra propia práctica educativa.
Sabemos que para que una intervención socioeducativa
sea eficaz -mucho más importante que la teoría de referencia o el
modelo de intervención- es el tipo de interacción que se establece
entre el educador y el usuario o cliente.
Se pueden distinguir -un poco
irónicamente- estos perfiles de educador:
A)
El
paternalista. Es
el educador cálido y consolador que escucha atentamente y da apoyo
emocional (como los amigos y familiares), y si bien hace sentirse
comprendido y acogido al usuario, puede también hacerse cómplice de
la problemática que pretende aliviar. A menudo sustituye e
incapacita a las familias haciendo las cosas por ellas.
B)
El
confesor.
Es el educador que reclama confianza ciega y “contarle todo” de
nuestros problemas y dificultades, y aunque en un primer momento
pueda servir de desahogo liberador, a la larga provoca una peligrosa
dependencia y refuerza el sentimiento de culpa.
C)
El
amigo de pago. Es
el educador amigable y humano que nos hace sentir a gusto y nos da
buenos consejos como nos daría cualquier amigo, pero investido por
la autoridad de su rol. Funciona un poco como un placebo,
perfectamente prescindible si el problema es poco importante y
claramente ineficaz si se trata de algo grave.
D)
El
acomplejado. Es
el educador que abusa de su relación de poder con respecto al
usuario para buscar en ese ejercicio compensación a sus
frustraciones y carencias. Suele ser muy rígido y formal, salvo
cuando pretende seducir.
E)
El
salvador. Es
el educador abnegado y disponible las 24 horas del día, tan
implicado en los problemas que llega a perder su poder terapéutico o
educativo. Apreciado por la mayoría de usuarios, aunque ineficaz en
los casos de usuarios chantajistas o cuyo sufrimiento tiende a
ablandar al educador. Es el más propenso al burn
out.
F)
El predicador .
Es el educador más atento a adoctrinar al usuario sobre su verdad y
hacerle fiel seguidor de sí mismo que a procurar su autonomía.
Frecuentemente genera grupos de usuarios con la misma problemática
donde el sentido de pertenencia provoca dependencia y dificulta la
emancipación.
¿En cuál de ellos me veo reflejado en ocasiones? Creo que es más fácil -como decía al principio- detectarlos en los demás que en uno mismo, pero hacerlo honestamente nos ayuda a mejorar. A mí, al menos, me sirve.
Pues el estilo personal del
educador influye decisivamente en su práctica educativa, y un buen
educador debería ser capaz de adoptar distintos roles en función de
las necesidades del usuario o la familia y no rígidamente el mismo
rol en función de las propias querencias, limitaciones, manías o rutinas.
Un ciudadano usuario de los Servicios
Sociales tiene derecho a recibir de un educador prestaciones
socioeducativas concretas y no simples gratificaciones, cálidos
consuelos o sugerentes adoctrinamientos, y si su educador adopta de
forma rígida uno de estos roles, es el momento de cambiar de
profesional.
Pues
el
rol de educador por sí mismo no libera ni emancipa de los propios
problemas de la persona que lo ejercita.
(Adaptado
libremente del Manuale
di sopravvivenza per psicopazienti
de G. Nardone)
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