Puede
haber personas que, en su adolescencia, ya tenían claro qué
querían ser de mayores. Yo no. Bueno, es cierto que perdido
perdido no andaba, uno siempre tiene una cierta idea de aquellas
cosas que se le dan bien, o esas otras en las que es un desastre,
pero elegir aquello a lo que te quieres dedicar el resto de tu vida,
impone.
En
mi caso decidí hacer un Ciclo Formativo, sin saber muy bien
por qué, la verdad. Quizá me concedí un año
más de reflexión. Pues bien, el ciclo formativo daba
acceso, a la universidad, a una cosa que se llamaba Educación
Social ¿Educación qué? Social, social... Ahhh.
Pues me he quedado igual.
¿Quién
sabía hace 12 años más o menos (uffff, cuánto
tiempo!) lo que era eso de la Educáción Social? Yo no
lo sabía. Tampoco conocía a nadie que lo hubiera
estudiado, así que la información con la que me hice
era poca, sesgada,... pero me matriculé. Quizá
intuitivamente sabía que me podía gustar, que podía
ser lo mío, pero lo cierto es que me metí un poco a
ciegas... !Y SALIÓ BIEN¡
Salió
bien no porque me gustara la carrera, o porque encontrara trabajo
pronto (que me hizo muy feliz, por supuesto)... si no porque hoy echo
la vista atrás, y veo tanta evolución... A través
del trabajo modificas una realidad, pero el trabajo también te
modifica a ti. Y me imagino pocos trabajos que me pudieran haber
ayudado, tanto como éste, a nivel personal. Saqué de
las profundidades una faceta social que permanecía enterrada,
que ni yo sabía que estaba ahí, y que no ha hecho más
que enriquecerme. Intentas cambiar la realidad sin darte cuenta de
que tú eres también el transformado. Y es que trabajar
con personas transforma, y mucho, para bien.
Y
ahí está la grandeza de este trabajo, que trabajar con
otros es una fuente de aprendizaje mutuo. Si muchas familias con las
que he trabajado supieran lo útiles que me han sido, ¡Me
hubieran cobrado por horas! “
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